El encanto de las marisqueras

Autor: Guillermo Torres Bustamante
Semblanza de Guillermo Torres Bustamante

 

El autor nació en La Punta el 1 de febrero de 1931, en el hogar formado por don Luís Felipe Torres Cáceres y doña Justina Bustamante Bejarano. Sus estudios primarios los realizó en el Centro Escolar de Fortunato Bisbal los dos primeros años de primaria y los cuatro últimos en el Centro Escolar de Varones que dirigía el recordado maestro Ernesto de Olazával Llosa.

Los estudios de secundaria los hizo en el Colegio Nacional Dean Valdivia de Mollendo, alma mater de la provincia de Islay, en el que ejerció la dirección de la revista institucional (1950) y vio asomar sus inclinaciones literarias.

Inicia su actividad laboral como empleado del Ferrocarril del Sur en Mollendo. La continúa en el Banco Wiese Ltdo. En Lima en el que hace una excelente carrera, llegando a desempeñarse como Apoderado General Adjunto de la Gerencia y Subgerenete. Además fue Secretario del Club Social Punta de Bombón en 1959 y 1979. Fue casado con Lola Rodríguez Villegas y es padre de Magda Torres Rodríguez.

El “Encanto de las Marisqueras”, constituye un conjunto de once relatos, que pretenden reconstruir páginas gloriosas de nuestro acontecer local.Las marisqueras estaban ubicadas en playas aledañas al Mataral, la Laguna Grande y el Pasto. Allí, se establecían familias punteñas en los meses de verano, para dedicarse a la pesca y a la captura del marisco conocido como “macha”. “EL VIAJE”. “Las Marisqueras de Día”, “Las Marisqueras de Noche”, “Los enamorados”, “La Pesca”, “La Misa”, “La Laguna Grande”, “El Mataral”, “ El Pasto”, “La Muerte de don Jorge”, y “Visión y Remembranza”,son los títulos de cada uno de estos relatos.

EL VIAJE

Don Jorge, retornó de la playa, antes del mediodía. Dejó el burro en el corral, al fondo del patio, las alforjas con la pesca en la cocina y avanzó hacia el comedor. Allí, estaba la familia reunida: su esposa doña Leonor y los hijos. Lo esperaban a almorzar. Saludó y, se sentó a la mesa. Mientras consumían el suculento chupe de corvina, les dio la noticia:-Vengo de espinelear frente al mataral y he visto toldos en “las marisqueras”: Chololo y los canasteros adelantaron la temporada y en esta semana se “barre” la Cabrería.-Ya hay macha. ¡Harta macha, Leonor!.Sonrió y -con voz decidida- anunció: ¡Nos vamos a las marisqueras! Leonor: -Alista las cosas.La esposa, sorprendida, respondió:¡Pero…Jorge! –Quedamos, que después de la fiesta del Señor. Las chicas tienen tanta ilusión de estrenar sus vestidos nuevos en las vísperas y el Primero de Enero.¡Mujer! : -Tenemos deudas. Este año no ha sido bueno para nosotros. -Ve: a la tienda de las señoritas Cáceres -Raquelita, Natty, Esther- y les pides un avío de víveres para la playa, como el año pasado.Además, necesitamos latas para hervir las machas; kerosene, para el candil y la lámpara y otras cosas más. ¡Ah! …no olvides unas botellitas de resacado, coca, y cigarrillos “43”, para matar el frío de la playa, por las noches.Continuó:-Pasas, por la tienda del turco Saba y le pides para mi un sombrero de ala ancha y calzoncillos azules con bolsillo atrás. El que tengo, esta maltrecho: el trabajo de la siega de arroz lo ha rematado.-y, que anote nomás, don José, en la cuenta. A Benedicto, su hijo:-Ayúdame a remover las esteras y palos. Son, para armar lostoldos en la playa. ¡Ojalá no estén apolillados! Y, prosiguió: -Por la noche, visita a Humberto, para que don Luis Felipe nos preste su burrito azulejo; aunque inquieto con las hembras en celo, es guapito y voluntarioso. Que venga acaronado y con serones, para que lleve las cosas menores. A sus hijas: -Ustedes: -Revisen los chinguillos de los talegos: algunos, necesitan cambio o remiendo. -Separen las cosas que se llevará: servicio, ollas, sartenes, frazadas …la chomba del agua: bien limpia por dentro. -Que todo esté listo para el viaje. Y agregó: -Ya veré, que Benedicto, las acompañe y, no pierdan la alegría de lucir sus prendas nuevas en la fiesta de Nuestro Señor de los Desamparados. Así, don Jorge, impartía órdenes a su gente, como general a sus huestes, en vísperas de una contienda.Partieron a las marisqueras el día señalado.Por delante, dos pollinos y un mulo, llevaban los bultos mayores y detrás el burrito azulejo, los serones llenos; esperando que una burrita indispuesta, se le cruce en el camino.Llegaron a las marisqueras a las dos de la tarde acampando en el mismo sitio del año anterior.Descargaron las cosas y, de inmediato, se abocaron a la tarea de armar los toldos. Cavaron huecos en la arena, para asegurar los parantes: -apoyo de los cercos de estera del contorno y el techo-; bien sujetos con cordeles, a prueba del viento impetuoso del mar.Al costado, reservaron espacio, para la cocina y la leña.Se cumplió lo anunciado: los de la Cabrería, ya estaban instalados allí.Y, seguían llegando, sudorosos, decididos, con el ánimo en alto.Algunos, eran vecinos de casa en el pueblo y de toldo, en las marisqueras.El oficio de las machas, creaba vínculos muy fuertes: no eran pocos los años que laboraban juntos; hasta se prestaban cosas: agua, leña; y encargos de víveres en viajes al pueblo.Por las noches, fraternizaban dentro o fuera del toldo, recostados en la arena.Las familias arribaban y, los toldos se desparramaban a lo largo de la playa; ubicados unos de otros, a prudente distancia, para desplazarse con holgura a la orilla, como también, a los fogones donde hervían las machas.Al pie, como centinelas, estaban sus acémilas, para el servicio diario.Los macheros no poseían tierras de cultivo, prestaban servicio eventual en chacras de los agricultores; y en el pueblo, practicaban oficios diversos.En ocasiones, conducían pequeñas parcelas alquiladas, logrando algún beneficio.Al anuncio de la aparición de machas, lo dejaban todo, y se mudaban a las marisqueras, llevando a la esposa, y los hijos.Don Jorge -era uno de ellos- pescador de oficio y, en las siegas de arroz, ayudaba al “segador” a levantar la “enchaca”, colmada de espigas, con destino a la era.La temporada de machas coincidía con la estación de verano: meses en que el mar acusaba períodos de calma bien definidos conocidos como las horas de baja, por la mañana y la tarde, dependiendo de las fases de la luna. El mar se mostraba apacible, no eran tan frías sus aguas como en el invierno; la brisa marina, morigeraba el rigor del sol que desde temprano, calentaba la playa.Los días eran más largos: a las cinco o seis de la mañana se insinuaba en el horizonte, asomando tras los cerros de las lomas de los sauces. El mes de diciembre -casi siempre- era el inicio de la temporada y se prolongaba hasta fines de marzo o principios de abril, cuando aparecían las primeras nieblas sobre las aguas: el mar se agitaba, sus olas se encrespaban y salían espumosas hasta afuera, barriendo la orilla.Entonces, los macheros recogían sus toldos, dejaban las marisqueras y retornaban a sus labores de campo: “aporcando” sembríos de caña; “almeando” surcos de papas; arando la tierra como gañanes de yunta y tareas similaresLa presencia en las marisqueras significaba para ellos, bonanza económica. Por unos meses, se sentían importantes, pudientes, porque vendiendo sus machas tenían dinero inmediato: contante y sonante.En cambio, los agricultores, debían esperar, dos, tres meses o más para disponer del fruto de su trabajo, al vender sus cosechas. Los macheros cancelando las deudas de avíos y obligaciones menores, les quedaba un dinerito que; unido al ingreso del jornal diario, les permitía vivir -con menos angustia- los restantes meses del año.Mientras tanto, esperaban con ilusión, la próxima temporada de verano y… de… machas.

LAS MARISQUERAS DE DÍA

¡Amanecía! …El día, en las marisqueras, empezaba a las cinco de la mañana.A esa hora, el humo de los fogones se alzaba sobre los toldos, impulsado por el viento.Las muchachas preparaban el desayuno y cocinaban las machas del día anterior, extraídas en la baja de la tarde.Doña Leonor madrugó. En pollino enseronado, llevaba arrobas de macha seca para vender en el pueblo y comprar comestibles que faltaban o escaseaban, en casa.Además, a su regreso, llevaría a las vecinas sus encargos de compras:Carne de res, doña Josefa en la “recova”; papas, de Ciriaco Paiva; maíz de cancha, donde la Matilde de Cornelio ; arroz, azúcar, harinas y otros, donde la Sofía Carpio y el chino Ricardo; pan caliente, de Avelino (lulos de manteca) y “andanitas” para los niños, en la tienda de Las Cáceres.Tenía el tiempo medido. Saludaba aprisa a personas conocidas que encontraba a su paso; para estar presente en la baja matutina.Don Jorge y sus colegas esperaban en la orilla, a Tomás “calzón verde” que traería el chinchorro, para echarlo a las siete.Por fin llegó. Dos hombres encaramados en palos de “la herramienta” se adentraron a la mar. A la distancia convenida, soltaron las redes, se apartaron, remando en paralelo, retornaban a la orilla.Allí, ayudantes, jalaron el chinchorro, por las puntas, y salieron las redes con peces aprisionados, que saltaban y pugnaban por salir.Los peces: unos color plateado brillante; otros, atornasolados; grandes, medianos y chicos; corvinas, lenguados, cholos (lornas), farrabutos, y de otras especies.Los Toyos, rayas y machetes, quedaban en la orilla, tirados. No eran cotizados, entonces.Luego, repartieron la pesca. Al dueño, le tocó la mayor parte. Los demás, recibieron, de acuerdo al riesgo y servicio.Don Jorge, llevó su parte al toldo. Estaba asegurado el sustento, suyo y de la familia, por días.Otras veces, la pesca era mayor y le correspondió saco lleno. Apartaba para el consumo, vendía en el pueblo y otra parte, salaba y tendía en cordeles que el sol no tardaba en secar. ¿Han saboreado un chupe de pescado con “caucau” (de mar)?Don Ventura refería:”La vez que ayudé a jalar el chinchorro, la pesca fue abundante. Reparé en una corvina, cuyo tamaño excedía en mucho, a las más grandes capturadas aquel día y, solicité fuera mi parte, esa corvina gigante”.”La llevé a casa de mi hermana Santos, la esposa de Nazario, para que preparara un escabeche “chalaco”. Santos, la escamó, limpió, fileteó, y, con los trozos, llenó una batea”.¡Inverosímil! … ¿Parece? Cierto era para Ventura.Doña Leonor, llegó del pueblo, repartió los encargos, y estaba lista para la jornada, la baja era a las once.El mar empezó a amainar, las olas cada vez más chicas. Y, llegó la hora.Un enjambre de hombres y mujeres –en minutos- poblaron la pampa hasta las proximidades del pozo.¡Parecía un ejército!, sin más arma que sus manos y … talego al cinto.Y, empezó el movimiento rotatorio de pies, cintura y caderas. Agachados, impávidos, a las olas que golpeaban sus dorsos –a dos manos, extraían el molusco con arena y todo- llenando el talego. El chinguillo filtraba la arena.Salían presurosos, vaciaban el contenido en el saco de la orilla, y volvían.Era un frenético salir y entrar a la mar.En La brega, apenas cruzaban saludos, esbozaban sonrisas y exclamaciones de júbilo. Doña Leonor, con su talla y corpulencia, imponía respeto a las olas.Peleaba la primacía, a “morochos” y a curtidos, en la cosecha de machas y permanencia en el agua muy fría, por temporadas.Con la prisa demostrada, aprovechaban al máximo, la calma del mar, momentáneo. Después, vendrían olas altas, correntadas peligrosas, que impedían la faena.La baja de la tarde, era a las cuatro.El tiempo disponible, lo empleaban al hervido y al proceso del desconchado del marisco.La cocina: dos adobes, separados; el espacio al centro, para la leña que ardía; encima el tarro: poca agua, machas hasta el borde (tapado con manta para que el vapor no escape).Sancochadas y separadas de su concha, eran expuestas al sol, esparcidas sobre mantas.Las conchas, incrementaban cada vez, la altura del montículo cercano; uno, de tres o cuatro, que había.Revolvían las machas oreadas en el tendal, para el secado parejo.Las secas, llenaban en sacos y quedaban listas para la venta. Se vendían en la playa, en el pueblo, o en Arequipa, para aprovechar el mejor precio.En la temporada veraniega era frecuente el arribo de amigos y familiares invitados a pasar el día. Solos o acompañados, recorrían la orilla, dialogando con unos, ayudando a terceros, en la pesca.Disfrutaban el frescor de las aguas, la brisa, el sol, el paisaje pintoresco del mar y la orilla.En la mesa, la anfitriona, presentaba sus especialidades marinas: sudado, cebiche, chupe de corvina o de machas, las tortas (torrejas), pescado frito y otras exquisiteces culinarias, que los invitados degustaban con deleite. Banquete, que enseguida agradecían.Acercándose la hora de la baja de la tarde: grupos de personas provenientes de fincas cercanas y del pueblo mismo, llegaban a compartir la abundancia.Se unían a los macheros de la mañana –más numerosos- engrosando las filas.Fraternizaban con ellos y, después todos, disputaban la captura del molusco.Afuera, en la arena, en fila, detenidos y erguidos (cuidando los bienes) estaban las cabalgaduras observando a sus dueños que, adentro, en la pampa, pescaban el molusco, removiendo con los pies la arena.Al atardecer, terminada la baja, volvían a sus hogares, con las alforjas o los sacos llenos.Los “locales” ingresaban a sus toldos con la cosecha en sus hombros; meditando, si la mañana o la tarde, fue la más productiva.Viajeros peregrinos, transitaban a lo largo del campamento, por la orilla. Venían de las alturas de Puno, trayendo en el lomo de sus acémilas, costalillos de habas tostadas, “ispes” secos y manzanitas “cholques” para cambiar en el pueblo por ají, “mantara” .A la hora del crepúsculo, mi amigo Luciano, -jadeante, desde las Salinas- arreaba sus burros con cargas de sal, bien compartidas. Pasaban silenciosos, con su andar cansino, por el peso de la carga y la distancia, medidas en sus cascos.Llegarían al pueblo, a las siete u ocho, para eludir la ronda de la Recaudadora que requisaba la sal de mina, para fomentar la venta de sal oficial de estanco.La existencia de machas abarcaba todas las playas: del rincón de Corío a la boca del río y más allá: las playas del Boquerón hasta Mejía.Frente al “Camino Nuevo”, a la hora de la baja, acudía mucha gente. Sorprendía ver ancianitas de 80 años o más, con sus vestidos largos, el agua a los tobillos, sentadas en la pampa, con una lampita, introduciendo una y otra vez en la arena, escarbando las machas. Y, cuando el nivel de las aguas aumentaba, al doblar las olas, corvinas y lornas, las atravesaban como flechas, muy cerca de la orilla.Pero, las marisqueras tenían fama merecida y bien ganada.¡Machas! … Bendición de Dios. ¡Parecía inextinguibles! Su número se renovaba en cada jornada. ¡Revivía allí, el milagro bíblico de la “multiplicación”, por millares!

LAS MARISQUERAS DE NOCHE

El sol se ocultaba en el océano. Sus rayos postreros, languidecían lentamente y llegaba la noche.La luna en el firmamento. Estaba allí desde antes del ocaso. Irradiaba en el entorno su luz fría, como reina de la noche.En el pastizal vecino, deambulaban como sombras, formas imprecisas; otras, detenidas como si esperaran.Se oía el ladrido lastimero de los perros a la luna, cual si fueran plegarias.En la ancha franja de la arena, dormitaban aves, que en el día pululaban en la orilla; aves migratorias, descansaban para remontar el vuelo, con las primeras luces del alba; lobos marinos acurrucados en la arena, dejaron las frías aguas.Un pájaro agorero, en vuelo, ensayaba graznidos siniestros.El mar, estaba invadido de rara fosforescencia de microorganismos y plancton.Todo estaba en calma.De pronto, un bullicio de voces y gritos de niños y niñas, alteró el silencio y alegró la noche. Salían de los toldos, para practicar sus juegos: la ronda, la pesca, las escondidas y, otros juegos bullangueros.Encendieron la leña depositada en el centro y, tomados de las manos bailaban alrededor de la hoguera, entonando rondas y cantos, aprendidos de la abuela. Levantaban las manos, palmoteaban y, sus movimientos rítmicos de hombros, cintura y caderas: parecía que ensayaran una danza ritual, al fuego.Los mayores, recostados en la arena –dispuestos en círculo-, lanzaban al viento, carcajadas sonoras: celebraban chascarros, ocurrencias y chistes. Narraban historias ciertas o inventadas, para pasar el momento. Cuentos de brujas y duendes, de “apariciones”, de “tapados”, de “bolas de fuego” que volaban, el ””encanto de Cardones”, la ”sirena de Corío” y otros alucinantes relatos.La conversación era amena, se tornaba interesante, y –a veces- causaba impacto. Cuando el narrador tenía la “hoja sagrada” a mano y en boca; entonces, los personajes del cuento, las acciones y trama, cobraban vida en sus labios. Se ayudaban con las manos y con ademanes y gestos, movían el auditorio, entre la risa y la pena, al asombro y sobresalto, según fuera el tema.Otras noches, abordaban asuntos de hogar y trabajo. La familia aumentaba y el trabajo eventual de peón, no alcanzaba a cubrir sus necesidades. Requerían de una ocupación estable que las solventara con dignidad.Discutían soluciones varias, con ejemplos de punteños que dejaron el pueblo en busca de una vida mejor en otros lares.Los que fueron a Mollendo, lograron trabajo fijo en la carga y descarga de mercadería, de barcos a trenes y viceversa.Otros, en las pampas de Ite en Tacna, eran ahora, dueños de terrenos cultivables.Algunos, proponían desmontar cerca al río, para cultivos de arroz.En sus proyectos, los atraía ciudades como Arequipa, Cuzco y Puno. Vicente Tejada Herrera emigró a La Paz (Bolivia) y prosperó en los negocios.Los jóvenes –sin ataduras- salían a Lima, por mar –vía Mollendo- en el vapor”Mantaro”. No había carreteras entonces.Se iniciaba un despertar en la conciencia dormida del punteño. Aspiraban ahora, que sus hijos fueran alguien, estudiando en Arequipa; superando metas ant6iguas de las cuatro reglas y el libro Mantilla.Cuando el viento frío del mar arreciaba por las noches, se reunían bajo toldo, y combinaban la conversación con partidas de naipes.Hubo también festejos de bautizos y santos; hasta más de un matrimonio, gestado en la faena diaria de playa; en el acopio de agua y leña, en sitos distantes o en escapadas furtivas a la Launa Grande; lugares de encuentro de los enamorados.Las damas, dentro de los toldos, conversaban de sus cosas: los quehaceres, los potajes, de los hijos, del “diario” que no alcanzaba; atentas a que el agua hierva.Luego, salían a la puerta y llamaban o mandaban al hijo para avisar que la mesa “estaba puesta”. Se servía el té “piteado” con hierba luisa, el café, pan con bizcochos y el pan de “gallo” (tostado), que nunca faltaba en la mesa.Terminada la cena –la última de la noche- apagaban el candil o la lámpara y venía el descanso apacible, el sueño reparador esperado.Simultáneamente, las luces del vecindario se extinguían. El campamento quedaba en silencio, esperando el amanecer para el inicio de una nueva jornada,

LOS ENAMORADOS

Protegidos del silencio cómplice de la noche, dos enamorados, salieron sigilosamente y fugaron lejos del campamento. Tenían una cita a escondidas.Y, caminaban de la mano por la orilla, sin testigos, prodigándose caricias.La brisa nocturna acariciaba sus rostros y refrescaba sus cuerpos, pero había calor interior en sus almas y fuego en sus corazones.Caminaron largo rato por la arena. Advirtiendo la distancia, retornaron tras sus pasos y se detuvieron. El, la invitó a sentarse.Conversaban. Se contaban cosas: esas que se dicen los enamorados.Contemplando el firmamento: la luna lucía ahora su diáfana redondez; las estrellas titilaban curiosas.¡Mira! Dijo él: -Allí están las “Tres Marías”.Ella, señaló: -Allá, las “Siete Cabrillas”.Y citaban por sus nombres las demás constelaciones, siempre observando el cielo.Miraron la luna y al unísono exclamaron: San José, el Niño y la virgen María, montada en su borriquillo.Se miraban y reían, menudeaban las caricias. ¡Dejábanse transportar por el dulce efluvio de sus sentimientos!Después de buen tiempo, llevado del embelezo le dijo al oído, unos versos que escuchó de alguien: En el cielo está la lunaLa acompañan las estrellas,Ha de llegar hasta ellasY traerlas a tus pies.Luna y lucero a la vez.¡Será mi mayor fortuna! La noche estrellada, ¡era espléndida! Invitaba a decir cosas bellas.Se produjo un silencio; luego, ella sorprendida, alabó la ocurrencia y quedó complacida.Animado por el éxito inicial, recitó estos versos, contemplando el mar: Admiro del mar la calmaY también su inmensidad,Te quiero con toda el alma¡Aquí y en la eternidad! La muchacha entusiasmada, lo colmó de mimos y halagos. Sabía de su integridad.Vino después, el momento soñado. No repuesta –ella de la emoción- acariciando sus manos, él le dijo, quedamente: Yo te enseñaré a quererTú te dejarás amarEn las orillas del marSolitos hemos de estarY ¡aquí serás mi mujer! Conmovidos, se abrazaron y besaron tiernamente. El fuego de la pasión encendió sus cuerpos y atizó el deseo.Y … ¡cedieron los dos! … ¡el amor los consumía! …Rendida, ¡extasiada!, como si esperara el momento, ella apoyada en los brazos del amado, se dejó caer dulcemente en la arena.Y él, embriagado de amor … : “Recorrió aquella nocheEl mejor de los caminos”. Enlazados sus cuerpos, ¡quedaron una eternidad! … como si el tiempo se detuviera en ellos.El viento frío de la madrugada los despertó del letargo y se levantaron.Ella retiró los granos de arena adheridos al vestido. Alisó sus cabellos y retornaron a sus aposentos, silenciosamente, como habían salido.Un beso de despedida, selló la promesa de la próxima vez.Venus, en el firmamento, se hacía presente, con su luz potente.Un canto lejano se oía …: “Lucero de la mañanapréstame tu claridad” … Era el anuncio, del advenimiento, de un nuevo día.

LA PESCA

La primera vez que visité las marisqueras fue a la edad de nueve años, acompañando a mi madre que retornaba una visita.Nos encaminamos por la ruta de la orilla. Pasamos frente al Mataral, la Laguna Grande y el Pasto.… Y llegamos.Frente al toldo de la visita, en la arena, cerca a la orilla, había dos odres negros, redondos y largos de cuero de lobo. Eran parte de la “herramienta”: el chinchorro; echado en la mañana de ese día.Me maravilló el conglomerado de toldos dispuestos, mirando la orilla; los montículos cada vez más altos; las cocinas y su candela que cocinaban las machas; el trajín de la gente en la pampa y la orilla.Todo era nuevo para mí. Y, la mente acuciosa de niño travieso, grababa cada cosa, evento y lugar. Mi universo del “Camino Nuevo”, ahora se ampliaba, recogiendo imágenes nuevas y vivencias tempranas.A esa hora había gran movimiento: cada uno en su tarea, cada cual a su lugar.Recorriendo los toldos y la orilla encontré un grupo de personas mayores, apartadas del resto. Después de la faena del día, con pitillo en mano, conversaban animadamente. Hablaban de pesca y de pescadores que nadaban como peces.Citaban a los negros malache; a Julio Negrete que (sin mano) nadaba con los pies; de Manuel Zaconeta conocedor de las corrientes de mar: de su ciclo de “arrastre” y “botada”, quien nadando llegó hasta los botes, remontando el tumbo grande. Conversó con los boteros mollendinos y usando la misma corriente –pero de retorno- volvió a la orilla, con corvinas de obsequio.Los cateños, “trotamundos” del mar –dejando su amada Catas “peinaban” la orilla; de la boca del río a las marisqueras, en busca de pesca mayor. Cuando ello acontecía, invocaban ayuda, al amigo de la finca cercana: Se escuchó un silbido proveniente del mar y, Justo Pastor, que araba, dejó la mancera, desamarró la yunta, cogió un saco “gongoche” y a caballo, salió por la esquina de la caña brava.Afuera sus amigos miraban el pozo y la pajarada que revoloteaba.Echaron el chinchorro y salió abundante pesca. Las redes, henchidas de peces.La repartieron. Y Justo Pastor, con su saco casi al borde, regresó a la chacra hasta la ramada, donde cocinaba Andrea su esposa.Acaronó el caballo, le puso serones, el pescado encima y se fue a la población, en busca de doña Juana “ojo de gato”. El caballo cambió de jinete. Ahora doña Juana, montada a horcajadas, templando la rienda, conducía la bestia.Devorando distancias, visitó Cocachacra, Chucarapi y Pampa Blanca y vendió el encargo. Otras veces, el pescado, lo vendía en La Punta.Había también la pesca a espinel, a chispa y con atarraya.Aurelio y Genaro, hermanos los dos, pescaban a chispa.Con frecuencia los veía caminar por el Camino Nuevo, encorvados por el peso de corvinas grandes.Lanzaban la chispa, caía, brillaba en las aguas y era pesca segura: ¡las tenían “amarradas”!, como ellos, decían.Y surgió la moda de la pesca fácil pero peligrosa de la dinamita que originó tantas desgracias. Cuando el pescador no medía bien el tiempo o la mecha fallaba, el petardo explotaba en el aire, muy cerca, o en la mano y perdía la mano, la vista o la vida.Los boteros, en altamar también la empleaban. A veces el tiro fallaba y la mancha “aturdida” de peces era arrastrada por la corriente y varada en la orilla. A menudo, la corriente las metía al pozo. De allí, los peces eran extraídos por expertos, duchos en el nado.El “seco” Guevara, entraba nadando. Los peces blanqueaban en el agua con el vientre arriba. Moviendo, hábilmente, las piernas, se mantenía a flote. Y con las manos libres los cogía por las agallas, unas tras otras y en sartas, los traía a tierra.También se pescaba en la boca del río. En las pozas que allí formaban el río y el mar en su encuentro; se criaban pejerreyes y lisas grandes en abundancia. La pesca era con dinamita.Me gustaba el “caldillo” de lisa con cebolla en “verza” (tallos verdes) y granitos de arroz. Amarillo, era el caldo.Capítulo aparte, significaba la pesca en verano en el río, a lo largo de ambas riberas. Predominaban la abundancia de camarones, lisas y pejerreyes. Y también en la Laguna Grande y de Catas; y en acequias, cuando el río arrastraba los criaderos de “quebrada arriba”.Las aguas bajaban cargadas de limo, camarones y lisas que hacían tumbo en el recorrido. La abundancia permitía que muchas vivieran en culatas de pozos de arroz, durante algún tiempo.Pasada la temporada, quedaban los camarones en las zanjas que drenaban las reveniduras de terrenos; también en acequias con aguas filtrantes de fincas cercanas al mar.Asimismo, en las pozas profundas detrás de paradas y reparticiones de agua: la Canoa, el Crucero y otras.Doña Carmen Dora, recogía “olletas” de camarones: sea invierno o verano, en la poza de su chacra, al final de la Ronda de los “Gallos” (la acequia que venía de El Crucero).Los cateños, en pozas del río, criaban los camarones en “izangas”. Amarraban trozos de chalona en su interior de los que se prendían los camarones por cientos. Abundancia que compartían los punteños en sus incursiones “no santas”, descuidando a los dueños.Se negociaba la pesca mayor en Arequipa y pueblos aledaños de la otra banda del río.La pesca menor se destinaba al consumo familiar y del pueblo.Un recuerdo que evoco y mucho atesoro: Fue en la playa (frente al Camino Nuevo) a la hora de más afluencia:Una corvina “aturdida” revolcaba la ola. Mi amigo la vio primero, pero yo la cogí de las agallas y con ambas manos, la arrastré a tierra.¡La corvina era grande y hermosa! Los bañistas se arremolinaron a verla. Un asiático me ofreció seis soles … ¡para mí, una fortuna!, si se entiende que el jornal de peón, valía ochenta centavos o un sol; una entrada al cine: quince centavos o veinte. Yo hacía esfuerzos inauditos por conseguir una peseta para ver a Flash Gordon, de la serie “Invasión de Mongo”, en el cine de don Rómulo.¡Medité la oferta! La vocación de ”caserito” y mi amor a la familia pudieron más y la llevé a mi chacra, que estaba al frente.Era tiempo de verano y de sandías. Y mi madre las vendía y cuidaba en el día. Bajo la ramada, tenía la cocina, una mesa, dos escaños y sillas, en torno.Preparó la corvina: en chupe, frita y atomatada, para nueve hermanos que éramos. Incluyendo a mis padres, dos tíos, mi primo hermano y un allegado: sumábamos quince “comensales fijos” que nos sentábamos a una mesa larga… tres veces al día. Eran días felices, felices… ¡OH Dios!.. ¡Qué tiempos aquellos!!

LA MISA

La religiosidad no estaba ausente en las marisqueras.Los domingos, algunas damas y caballeros, acudían al pueblo a escuchar la misa.Una madre y sus dos hijas, -muy devotas ellas- dejaban las marisqueras para concurrir a la iglesia. No les importaba la distancia, primero estaba cumplir con su fe.Doña Gertrudis, la madre: alta, esbelta, mirada serena, afable, sonrisa agradable, iba en su borriquito montada de al lado –a la usanza antigua-. A pie, la acompañaban sus hijas, Justina y Julita.“Habían emigrado de Mollendo, para mejorar de vida y se afincaron en La Punta. Tío Leonidas, les alquiló un cuartito con patio espacioso en el barrio de la Cabrería. Noticiadas de las machas y de su abundancia, se fueron a las marisqueras en la temporada”.Llegaron a casa, se asearon, cambiaron el traje de faena por el vestido de fiesta –más holgado y sobrio-; la mantilla cubriendo la testa; el misal en la mano y, al “trote”, estuvieron en la iglesia, cuando la misa empezaba.Era entonces la misa cantada en latín.Un coro de niñas y jovencitas, de voces bien afinadas, entonaban cantos gregorianos. La palabra profunda y atildada del cura, infundía en el ánimo de los parroquianos, sentimientos de fervor y arrepentimiento.“En mis días de colegio –siendo niño- algunas veces, de la escuela nos llevaban a la iglesia. Cuando el cura relataba los pasajes bíblicos de la vida de Jesús, mi imaginación volaba y salía por la puerta lateral del templo, siempre abierta.Y, veía el gentío, siguiendo a Jesús, agitar por los aires ramas de palma y oliva, entonando salmos y cánticos de gloria; celebraban la entrada triunfal de Jesús, a Jerusalén, el día de Pascua”.Del armonio, fluían suaves melodías sacras que daban al acto solemnidad y prestancia.¡Un himno de gracias, se elevaba al cielo!Escucharon la misa con unción y recogimiento y comulgaron las tres.Terminado el oficio religioso se detuvieron a rezar, en cada altar a los santos de su devoción, rogando a Dios por su salud y la de sus “hermanos” de las marisqueras, que no pudieron venir por falta de tiempo o de fe.Dejaron la llave a la vecina –que cuidaba de sus gallinitas- y regresaron por la tarde, tranquilas, felices, inundando su espíritu de paz. Por delante, el burrito con las alforjas cargadas de víveres, iba con su paso, marcando el compás.Llevaban noticias “frescas”, saludos y comentarios para otros, de amigos y familiares que las visitaron, y de aquellos que fueron al templo, a escuchar la misa pascual.

LA MUERTE DE DON JORGE

¡Se nos muere Jorge! Clamaba angustiada doña Leonor, una y otra vez, pidiendo ayuda y la presencia de su hijo Humberto.Le avisaron y, no tardó en llegar, a caballo, sudoroso y preocupado. Cuando vio el estado del enfermo, se desesperó.Buscó a Benedicto, su hermano, y lo encontró en el último toldo de las marisqueras, donde Orfelina “la chiva”.Los dos hermanos, con ayuda de alguien, lo subieron al caballo. Don Jorge delante, Benedicto a la grupa sosteniéndolo con ambas manos. Humberto a pie, servía de apoyo. Y, partieron al pueblo.En el toldo, quedaban cocinando las machas las hijas menores: Lupe, otra hermana y el menorcito, que sollozaba. En un descuido, se escabulló de las hermanas y corrió tras el grupo que llevaba delantera.Llegaron a casa. La cama tendida, esperaba al doliente.Llamaron al boticario –que entonces oficiaba de médico- auscultó al paciente, recetó y no dio esperanzas.El cura llegó después, para los auxilios de la religión, intentó confesarlo; pero el feligrés, no soltó palabra.Consiguió –a medias- perdonar a Benedicto, de una ofensa venial; para el padre, pecado mortal.Don Jorge rechazaba a los curas. Decía: -“son hombres como yo con pantalones, que usan sotana”-; en quienes no confiaba.Prefería la comunicación directa con Dios. En paraje solitario, a la lumbre de una hoguera –que él mismo encendía- se postraba reverente y hablaba con el Dios invisible, como Moisés, con las zarzas, en el monte Sinaí.Lentamente, su vida se fue apagando y llegó el final.Llantos y lamentaciones: plañía toda la casa; que lucía limpia, desde la calle al patio interior.El carpintero Fuentes –fungiendo de empresario de pompas fúnebre- trajo la capilla ardiente y el ataúd.Acondicionó al occiso en el interior del cajón, lo mejor que pudo.Allí estaba don Jorge, con el traje de fiesta: chaleco y paletó.Se advertía en él la expresión serena del rostro: ojos y labios cerrados, manos en cruz sobre el pecho, la barba hirsuta incipiente.Los vecinos de al lado se hicieron presente, luego familiares, amistades y también llegó gente de las marisqueras, “los macheros”, colegas de oficio, amigos y compañeros de tantas jornadas vividas. Venían a acompañar al hermano caído y darle el último adiós. Traían de los que no vinieron: solidaridad y apoyo económico para la viuda –compañera y amiga-. Humberto, el hijo pudiente, sacrificó un mocho grande “padrillo”, envió gallinas y licores varios, para atender las visitas con comida y trago.Las personas llegaban hasta el catafalco –ubicado en la sala, al fondo, junto a la pared-, se persignaban, rezaban ante el cuerpo exánime y luego tomaban asiento para acompañar el duelo.Algunos elegían los asientos del patio, bajo la ramada. Las damas, la habitación contigua al difunto, para ayudar a la viuda. Otros preferían – por el aire fresco- los escaños de la calle (que colindaba con la acequia y camino a la playa). Los campesinos que transitaban a esa hora se descubrían, quitándose el sombrero y seguían de largo.Jovencitas, en charolas, ofrecían a los invitados durante la noche, rondas de café negro caliente, y galletas untadas con mantequilla, para combatir el frío y alejar el sueño.Pasada la medianoche, un vecino repartía, además de aguardiente y cigarros –puñados de hojas de coca- para el que “quisiera”. Se armaban “a dos bolas y carrillos relucientes decían: “para que el finadito no los caique”.De pronto ingresó el tío Rómulo al recinto, donde estaba Humberto y sus amigos, que acompañaban el duelo, e increpó al sobrino: -A tus amigos del Esparta, les das licor importado, porque tienen el gaznate fino y a los demás, aguardiente”.Humberto, a la sazón, capitán del equipo, era respetado y querido por todos y él los distinguía.De la congoja y la pena, pasaron a la carcajada abierta.El alcohol y el alcaloide nublan el entendimiento, la censura se relaja y la euforia –aflora- y se desborda.A las cinco de la mañana las cocineras pasaron la última ronda del caldo de gallina. Era bienvenido, para una noche de larga vigilia. A las siete y treinta, sirvieron el desayuno. A las once, el almuerzo y la cena estaba anunciada para después del entierro.A las cuatro de la tarde salió de la casa el féretro y el cortejo fúnebre, sorteó el puente y enfiló hacia la iglesia, por la calle Sucre, para el responso final. Luego del responso, bordeando la plaza de armas llegaron a las calles: Grande y Lira (de los muertos) que conduce al cementerio.El gentío, era grande: delante y detrás del féretro. Don Jorge no hubiera soñado un entierro igual.En el recorrido, una vecina, comentaba: -los hijos no llevan al padre …” “Lo cargan los Portugal …”.Una abuelita poniendo el índice en sus labios, como quien teme violar un secreto, le dijo: -son hermanos, el padre quiso que los cinco marcharan juntos, lo que no hicieron con Jorge en vida” … y terminó: -no era hijo firmado, pero sí reconocido”.Humberto y Benedicto –representando a la familia- arrastraban el duelo.Una banda de músicos traída de Arequipa daba realce al cortejo, tocando marchas fúnebres y tonadas del agrado de don Jorge en vida.Arribaron al camposanto. Colocaron el ataúd en la fosa abierta en la mañana. Todos se inclinaron ante el difunto, dando el último adiós con un puñado de tierra sobre su tumba.No hubo discursos, porque don Jorge de gustos austeros no lo hubiera permitido.Se retiraron silenciosamente con los últimos rayos del sol de la tarde. A esa hora el viento jugueteaba con las cruces de las tumbas, moviendo las coronas y a la distancia levantaba remolinos de polvo en la pampa solitaria.Y, don Jorge se fue de la vida terrena. Su espíritu viajó a otra dimensión.Estoy seguro, que al tocar las puertas del cielo, San Pedro, le franqueó el ingreso. ¡Los dos pescadores al fin! Lo invitó a visitar los “Jardines Elíseos” y a pescar en el mar de la … ¡Eternidad!

VISIÓN Y REMEMBRANZA

Muchas décadas después, retorné a las marisqueras.De los montículos de conchas marinas –“los churos”-, que otrora anunciaban su clara presencia, no quedaba nada. Como si el viento del tempo que borra comarcas y civilizaciones, lo hubiera arrasado todo.…¡Arena! … ¡Sólo, quedaba la arena!Desmonté de mi caballo y, a pie, recorrí sus latitudes buscando un vestigio que me hablara de su ayer.Pronto sentí bajo la piel de mis plantas, vibraciones sordas; rumores ignotos; jadeos, de pretéritas jornadas; cadencias, suspiros de enamorados tal vez que se amaron y juraron amor en el lecho blando y tibio de la arena.Miré el mar y escuché sus sonidos. El rumor de sus olas era sinfonía ahora, música pausada de voces y risas; cánticos y gritos de seres que sus entrañas hurgaron por años, decenios o quizás, centurias.Me recosté en el regazo amigo de la arena y medité largamente… largamente en la fugacidad de las cosas; en el destino del hombre; en la eternidad y en… ¡la nada! …Imágenes de los tiempos idos, acudían a mi mente y se esfumaban presurosas, dejando estelas de luz a su paso.¡Atardecía! … Monté en mi caballo, iniciando el regreso. Llevaba en mi retina, la visión de la arena y, en mis oídos, el canto del mar.Hinqué los ijares de mi cabalgadura, y raudo me perdí en la lejanía envuelto en la bruma incierta del atardecer.El disco rojizo del sol, se hundía inexorablemente en el ocaso y su llamarada agónica, incendió los confines del mar.El encanto de las marisqueras vivirá por siempre, en los que vivieron allí: gozaron, sufrieron, pecaron; en quienes las visitaron y la supieron amar.En el recuerdo recóndito que el tiempo no podrá borrar.Lo dicen: … ¡la arena, el viento y el mar!

1 pensamiento sobre “El encanto de las marisqueras

  1. Esta Semblanza de Guillermo Torres Bustamante…la encuentro tan real…y con una naturalidad que me ha hecho viajar imaginariamente a las MARISQUERAS y vivir su encanto…Gracias amigo Claudio …

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