Por Mila Álvarez Rosado

(Una vez más en el CSPB me empapé del rico sabor a la Punta de Bombón)

Aunque no me desligo de este lugar ni un solo día, a veces por ocupaciones y preocupaciones lo dejo de lado, pero siempre hay detalles, anécdotas y recuerdos que me hacen volver a la madre patria, como yo le llamo ja ja ja. Aunque nací en el Callao, la gente que conozco cree que soy arequipeña cuando les digo que no se sientan menos por no ser de allá y se ríen.

Como cuando fui a Minka y vi un stand en el que vendían aceitunas Del huerto de Mejía o como cuando en la tele salieron los alfajores de La Curva de la señora Vildoso, yo quería que el programa no se acabe y vaya un poco más al sur pero lamentablemente no fue así… buuu…, pero cuando fui a la licorería a hacer compras para la tienda y stockearme para el año nuevo, vi la botella de aquel licor del que tanto me habían hablado, especialmente Tani porque son sus sobrinos los que se encargan de su fabricación: Valle Escondido. Me dio mucho orgullo, pues aunque no he nacido allá, yo igual me identifiqué mucho y le expliqué al que atendía de donde proviene, quién lo hace y dónde queda el lugar de donde proviene. Fue lo máximo. Él me dijo que era un producto muy bueno, que le ganaba en calidad a uno que venia de Colombia, en fin chévere.

Siempre las ganas de viajar a La Punta se incrementan en verano, desde que me dan las esquelas para solicitar las ofrendas y enviarlas para la fiesta del Señor de los Desamparados. Todos mis tíos tienen alguna anécdota que contar de allá y muchos recuerdos. Antes mi papá César hacía este trabajito, pero yo lo estoy haciendo ahora y lo haré hasta que el Señor me de fuerzas. Cada año, el 1ro de enero vamos a misa y disfrutamos de la comida y música de allá en el club, aquí en el Callao. Es muy lindo y entretenido, sobre todo devorar con ansias la revista LA PUNTA y leer los artículos que te ponen al día de lo que pasa allá, las necesidades que afrontan, además de estar salpicada con anécdotas que la gente plasma tanto en letras como en fotografías, como las del Sr. Zolezzi. Pero antes, antes uf, antes terminaba el colegio y venía mi prima Nena para llevarnos a disfrutar de las mejores vacaciones de toda la secundaría, sin papá ni mamá sólo mi hermana Mary, mi prima Rocío y yo. El único ómnibus que nos llevaba era el de TEPSA uff…

Recuerdo q llegábamos el 30 de diciembre para alegría nuestra y suplicio de mi tía Fortu y de mi tío Genaro que nos recibían con mucha alegría. Íbamos a la fiesta del Señor, a la entrada de sirios, a la procesión el 1ro y 2 de enero, y el 3 recién íbamos a la playa hasta el ultimo día de marzo que regresábamos al colegio a excepción de los lunes que subíamos al cerro para ir al cementerio a pie, no como ahora que van en carro o con escaleritas. Recuerdo que mi tía Fortu recogía el cheque de la leche cada quincena y nos enviaba a comprar los víveres, entre ellos las velitas para mis abuelitos Matilde y Cornelio, mis tíos Rosa y Nicolás Álvarez y otros tíos que tenían apellidos conocidos y nos decían es tu tío tal, papá o mamá de tu tío Chuño o la tía Avelina o la tía María Gorda, etc. Todo eso es inigualable: la familia, el pasado, eso que mi familia, gracias a Dios, me ha enseñado a valorar y querer mucho.

La Punta de antes es la que más me gusta.Cuando las calles estaban empedradas y se amarraban los burros en los postes, o cuando la luz llegaba a las tres y se iba a la doce o una de la madrugada. Ya no recuerdo, pero no necesitaba de eso ni de la TV. Me olvidaba de todo, disfrutaba del campo, la chacra, la espuma de la leche que sacábamos con la panca del maíz, el desgranado del maíz, el ajo uff…, el sentarnos en la esquina a escuchar a los mayores conversar y decirse palabras que parecían gruesas, pero eran cariñosas, escuchar música, caminar de noche sin peligro con el cielo estrelladísimo, precioso, en medio de las chacras como cuando en una Amargura de Catas ya no habían carros y regresamos por en medio de las chacras, tirarme huacachas en el mar o que éste me revuelque infinidad de veces ¡ay, qué tiempos! Ir a poner al horno camotes para comer con la raya frita recién sacada del mar o arroz de machas. Recuerdo haber ido a ver el río con varias personas entre las que recuerdo mucho a la Sra Artemia, esposa de Don Juan Cáceres. Recuerdo que me caí a una acequia y me puse a llorar. Las sandías deliciosas que traía mi tío Genaro y que partía en tajadas sacándoles el corazón para todos. En la mesa, en cada almuerzo éramos como doce niños y solo tres adultos, la casa se agrandaba más. Hasta ahora no sé cómo nos podían atender a todos tan bien. Yo me volvería loca.

Pero fuimos creciendo y ya éramos menos, ahora ya vamos una vez al año y por diítas a visitar a quienes nos acogieron con tanto cariño durante los años de la infancia.

Me gustaría que el pueblo mantenga su arquitectura, sus techos a dos aguas, el adobe, el olor a huacacara, pero como dice mi sobrina Arlem: estoy orate, “que quieres tía que el pueblo no progrese”. Bueno, eso es cierto, pero que mantenga su esencia de pueblo y su gentita que son lo más lindo.

Uy, me faltaría escribir más, mucho más, pero ya retrocedí al pasado y ¡Mila! ya te llama el presente a tus obligaciones. Gracias por haber leído algunos de mis recuerdos, espero no haberte aburrido y sí haberte entretenido.

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